CARGAR NUESTROS MIEDOS AL TABOR

Nuestra caminata cuaresmal fue también la caminata de Jesús, que le acabó llevando a Jerusalén, donde dejaría la vida por nosotros.

Jesús, lo vamos a ver hoy, sube al momento sus miedos y se los presenta al Padre. En su camino por las aldeas de Galilea, a medida que se iba acercando a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas, encontró muchas resistencias y oposiciones. Sus adversarios eran poderosos y tenían tanto poder que estaba en su mano decidir sobre su vida y amenazarlo de muerte.

Jesús era plenamente consciente de estos riesgos. Y le fue entrando el miedo. La Transfiguración arriba de la montaña del Tabor, ocurre justo después de que les anunciara por primera vez a sus discípulos su Pasión. Estas advertencias del Maestro, que los discípulos no entendían qué significaban, fueron sin duda también el particular camino cuaresmal hacia la Pascua de Pedro y los demás del grupo.

Hoy Jesús sube al monte porque necesita estar con su Padre para abrirle su corazón lleno de miedo por todo lo que se le viene encima. Y se hace acompañar de Pedro, Santiago y Juan a quienes los quiere de testigos de lo que va a acontecer.

Tradicionalmente este pasaje de la Transfiguración se ve como una contemplación anticipada de la victoria de Jesús, que cuando resucite al tercer día, dejará vencida la muerte. La escena tiene la pretensión de animar y sostener en la esperanza la débil fe de los tres que subieron al Tabor con él.

A parte de esta clásica manera de ver y entender este texto, podemos dejar que vuele nuestra imaginación y contemplar a Jesús arrodillado, en profundo recogimiento, diciéndole a su Padre: “oye, Abba, tengo miedo, mucho miedo. Ante tanta adversidad y peligro me siento tan débil como estos que me siguen. Mira mi miedo. No te pido que me lo quites, sólo que me des fuerza para sobrellevarlo y seguir mi camino hasta el final y no caer en la tentación de volverme atrás.

Allí están Moisés y Elías, que representan la Ley y los profetas. Con su presencia en lo alto de la montaña el Padre parece decirle a Jesús: “ciertamente va a ocurrir lo que temes que ocurra, pero no temas, yo estoy contigo. Tú eres mi hijo amado en quien yo me complazco. Y es a ti a quien todos tienen que escuchar y seguir para que este mundo vaya por buen camino. Y para que todo el mundo te escuche y siga debes consumar lo que has venido a hacer.”

Nosotros, como Jesús, o él como nosotros, por el camino de la vida cargamos nuestros miedos, que no son pocos ni pequeños. Subamos con ellos a la montaña, ese lugar, aparentemente apacible, en el que Dios se hace más cercano y digámosle lo mismo que imaginamos le pudo decir Jesús sobre su miedo bien humano. Y en esa altura contemplemos el resplandor de su figura, a quien debemos escuchar y seguir porque es el Hijo amado del Padre en quien Él se complace.

A los cristianos de hoy nos da miedo, como en aquel día sintieron Pedro, Santiago y Juan, escuchar a Jesús y aún más miedo nos da seguirlo. Pero es a él, y a nadie más, a quien debemos escuchar y cuyos pasos debemos rastrear. No nos dejemos llevar de otras voces por muy celestiales que parezcan. Si no coinciden con la Palabra del Galileo no nos servirán de mucho.

Escuchar sólo a Jesús es dejarle ocupar el centro de nuestra vida. No necesitamos otras voces. Él mismo nos puede liberar de nuestros miedos, que no son pocos. Lo que pasa es que, a veces, para escapar de ellos, desviamos nuestro camino.

Escuchando a Jesús, podemos decirle también a él lo que él dijo al Padre en la altura del Tabor: <<Señor tengo miedo, esto de seguirte no es fácil, transfigúrame, dame fuerza, valor y determinación para hacer lo que tengo que hacer. Si nada es imposible para Dios, no debería tener miedo de nada.

NO SOLO DE BIENESTAR VIVE EL HOMBRE

Cada año la andadura inicia cuaresmal en su primer domingo con este pasaje que recoge las tentaciones que Jesús enfrentó en el desierto a donde fue conducido, después de la experiencia del bautismo de Juan por el Espíritu. El desierto es el lugar de la prueba. En ese difícil territorio rondan demonios y alimañas.

El Espíritu no condujo al desierto a Jesús para montarle una encerrona, es en eso lo que quiso convertir el adversario de Dios, Satanás. El Espíritu condujo a Jesús a ese espacio abierto, donde de noche hace frío y de día calor enorme, para que meditara serenamente qué sentido tenían las palabras que escuchó cuando Juan, en el Jordán, le bautizaba con agua: “tú eres mi hijo amado en quien me complazco”. Jesús necesitaba entender qué significaban esas palabras sonados de lo alto y también dar respuesta a una pregunta que le rondaba desde hacía tiempo en su cabeza: ¿qué hago con mi vida?, ¿qué camino tomo?

Satanás, en ese territorio en el que también habitaban sus tropas demoníacas, tienta a Jesús y le dice: oye, <<si eres Hijo de Dios>> cambia de rumbo, no te metas en líos, toma un camino sin tanta complicación. No tienes por qué pasar tanto trabajo y enfrentarte a tanta adversidad. Ayunar cuarenta días es una locura, haz que estas piedras se conviertan en pan y deja de sufrir.

Lo que en realidad Satanás le propone a Jesús es que se aproveche en beneficio propio de su condición divina, de ser el Hijo de Dios. Jesús resiste la tentación y rehusa sacar provecho al privilegio que le diferencia y distancia de aquello por lo que ha venido a este mundo para hacerse igual a nosotros en todo menos en el pecado.

La propuesta del demonio cuadra con la lógica humana, pero no con la del Padre. Hoy se funciona también así. El deseo de no pocos es reducir todo a pan, a fama y prestigio deslumbrando y sobresaliendo por encima de la media. Nuestra lógica nos induce a ser trepadores, escalar posiciones para dominar y gozar con el poder y el dominio sobre otros semejantes.

Esta es la lógica del mal, no la de Jesús, afortunadamente. Jesús no quiso plegarse a la propuesta del demonio sino a la voluntad del Padre. El hambre acumulada en la cuarentena de días de ayuno bien lo hubiera podido satisfacer haciendo que las piedras se convirtieran en pan. Ya lo hizo, sí, cuando conmovido por el hambre que tenía aquella multitud que le seguía, multiplicó los panes y los peces, pero no en su provecho personal, sino para remediar el hambre de aquella gente.

Hoy el demonio nos sugiere que todo en nuestra vida sea bienestar y nosotros, siguiendo el ejemplo de Jesús, debemos decirle que no solo de bienestar vive el hombre porque el bienestar puede servir a algunos, sólo a algunos, para pasarlo bien, pero no para ser felices. Con la que está cayendo en el mundo, ya no son no pocos los analistas que dicen que el denominado <<estado del bienestar>> hace aguas por todos los lados y amenaza con que la gente ya deje eso en el pasado. Y es que, ciertamente, no sólo de bienestar puede vivir el hombre.

Cada día cuando rezamos la oración que Jesús enseñó a sus discípulos le decimos al Padre: <<no nos dejes caer en la tentación>>. No le pedimos que nos libre de ella sino que nos dé la fuerza para resistir sus embates y salir airosos de la hostilidad del desierto de esta vida en la que enfrentamos tanta adversidad. Le pedimos, sí, que nos libre del Maligno, de ese necio e incómodo personaje, el demonio, que silenciosamente camina junto a nosotros queriéndonos sacar del camino disfrazándose de amigo que camina con nosotros.

Pero yo os digo

Con el pasaje de las bienaventuranzas y con la llamada a todos los que escogen su camino a ser sal y luz en el mundo nos adentramos en el sermón del monte en el que Jesús, de manera más detallada, nos presenta su oferta religiosa, una propuesta que será claramente contrapuesta a la que hacían los que eran dirigentes religiosos de la gente de su tiempo. A ellos Jesús, les dice que, a menos que cambien los ve fuera del reino de los cielos. La propuesta de Jesús está cargada de sugerencias prácticas para vivir nuestra vida en línea con las bienaventuranzas.

La confrontación de Jesús con los escribas y fariseos, que se agrandaba cada día más hasta dejar su vida en la cruz, no es porque Jesús se oponga a las disposiciones de la Ley. De hecho, comienza el texto diciendo: “no creáis que he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. Jesús no despreciaba la ley, tan no la despreciaba que dice que “el que se salte uno de los preceptos menos importante y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos”. Por el contrario, “quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos”. 

Los que tenían autoridad en materia religiosa eran los escribas y los fariseos. Jesús no participaba de esa autoridad porque no pertenecía a ese grupo. Pero tenía una nueva autoridad, que la gente respeta, aprecia y valora. Su estilo de vida le hacía creíble, su autoridad la calificaban de nueva, distinta, diferente a la que estaban acostumbrados con sus dirigentes religiosos.

Para Jesús la Ley era muy importante, como buen judío la veía como un gran regalo de Dios para que la comunidad viviera en armonía, en paz y en fidelidad a Dios. Pero ya no ocupaba el lugar central. Para él lo central del nuevo tiempo es que el Reino de Dios ha llegado.

Cuando Jesús dice que ha venido a dar a la ley un perfecto cumplimiento lo que está señalando es que hay muchas formas de matar a una persona, sin necesidad de acabar con su vida física paralizando su corazón. Encolerizarse con el hermano, desprestigiarlo y agredir su buen nombre, llamarlo imbécil o necio hace al hombre merecedor de la gehena, es decir, del fuego eterno. Es necesario para cumplir ese quinto mandamiento arrancar del corazón la agresividad, el desprecio al otro, el rencor, etc, etc. No nos matamos físicamente, pero acabamos con la vida de los demás con nuestra violencia verbal, hoy tan común en determinados ambientes y sectores.

Con el <<pero yo os digo> la propuesta alternativa de Jesús manifestada va en otra dirección. Es una clara advertencia del riesgo y del peligro del legalismo. Por eso Jesús no quiere que los que opten por su camino se parezcan a los escribas y fariseos porque estos le dan a la ley un poder tan absoluto que la colocan por encima de todo, hasta de lo más propiamente humano.

Si nos quedamos en la norma, en su letra, nos apartamos de lo mejor de ella, que es su espíritu, lo que se pretende con ella. Pongo un ejemplo: nos acercamos a los días de la cuaresma. En este tiempo, y a lo largo de todo el año, se nos pide abstinencia de comer carne los viernes. Okey, nos podemos abstener de comer carne en viernes pero para ajustarnos a ese cumplimiento no nos importa gastar mucho más dinero en comprar, por ejemplo, langosta, que es muchísimo más cara y convertir nuestra mesa en un banquete. 

El legalismo puede darnos la tranquilidad de conciencia de <<simplemente hacer lo que está mandado. A eso lo podemos llamar cumplimiento, que suele ser cumplo y miento porque le falta el ajuste al espíritu de la norma.

Estamos obligados, comprometidos sería un palabra más correcta, a participar en la misa dominical y generalmente lo solemos hacer, aunque este cumplimiento según las estadísticas va decreciendo día a día entre nosotros, pero no ponemos atención a otras formas de honrar a Dios y santificar su vida dedicando tiempo a la oración, sentirnos en contacto con él destinando una parte de la jornada festiva a visitar enfermos. No son pocos lo que dicen que, como ahora el cumplimiento dominical se puede hacer en la tarde del sábado, mejor <<quintan ese cuidado de víspera y ya tienen disponible para ellos todas las horas del domingo, que es el día del Señor>>.

Aferrados al legalismo la ley y la norma religiosa no nos sirve de mucho para acercarnos al Reino de Dios.

PARA SER BIENAVENTURADOS HAY QUE SER SAL Y LUZ

El domingo pasado, con las bienaventuranzas, Jesús nos daba su propuesta de estilo de vida para quienes quieran ser de los suyos y estar entre sus seguidores.

En este domingo nos da dos advertencias, que nunca debemos olvidar. Nos dice que para ser del grupo de los no podemos dejar que la sal que anima nuestra vida de cristianos se diluya y pierda sabor y que la luz que ilumina nuestro camino no puede quedar oculta y sin alumbrar.

La sal que animaba la vida misionera de Jesús nunca perdió sabor ni se volvió sosa. Dos eran las fuentes de vida de su sal: la oración, que le ayudaba a fortalecerse porque en el encuentro con su Padre era consolado, animado y fortalecido para continuar con la tarea. También le daba sabor, y energía el contacto con la gente con la que a diario se encontraba, principalmente los pobres. ¡Cómo disfruta estos encuentros con los pobres, los enfermos, los marginados! El evangelio está lleno de ejemplos de esto.

La luz de Jesús se vuelve pálida en nosotros cuando nos quedamos acomodados en nuestro pequeño espacio. Él siempre optó por el esfuerzo; si alguna vez la tuvo, se sacudió la pereza y escogió el camino del esfuerzo, del riesgo, el cansancio. Las adversidades y problemas con confrontó con las autoridades y los poderosos no lo arredraron; Él siguió siempre adelante acercándose día a día a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas. Es lo que tenemos que hacer nosotros para que no perdamos el rastro luminoso de su Palabra.

Claro que, para seguir siendo sal y luz, y entrar en el grupo de los bienaventurados lo primero que tenemos que hacer es dejar a un lado nuestros propios intereses, nuestro afán de prestigio, o hasta de poder.

Y esto sirve también para la Iglesia institución. De la misma manera que la sal de nada sirve si no entra en contacto con los alimentos para darles sabor, tampoco la Iglesia sirve de mucho, ni es la Iglesia de Jesucristo, si pierde el contacto con la gente, si se queda encerrada en su cascarón y no sale a las periferias para dar sabor y levantar el ánimo y la esperanza de los abatidos, que son muchos, como lo han sido en todos los tiempos de la historia. En numerosas ocasiones el Papa Francisco ha advertido que Iglesia está como encerrada en sí misma, paralizada por sus miedos, incapaz de dar un paso al frente para coger el toro por los cuernos, ponerse del lado de los que se han quedado si sabor, sin gusto y sin luz en sus ojos. Dice que debemos “salir hacia las periferias existenciales”. Por eso habla de que es necesaria una <<cultura del encuentro>> para curar heridas ya dar calor a los corazones. Eso es ser sal y luz.

¿PUEDEN SER DICHOSOS LOS POBRES?

El evangelio de este IV domingo del Tiempo Ordinario se centra en el pasaje de las Bienaventuranzas. Jesús se encuentra en los inicios de su vida pública y este texto es como su programa, su propuesta para aquellos que quieran seguir sus pasos y entrar a formar parte de sus filas. En su propuesta del Reino de Dios, del que va a hablar en adelante, caben los pobres, los que sufren, los que en la sociedad no cuentan ni son importantes; pero para Dios son los que tendrán un sitio asignado. Quedará claro también quienes no podrán llegar a él.

Nos podemos preguntar: ¿por qué los pobres, los que tienen hambre, los que están tristes, los que cloran, los que son perseguidos son para Jesús dichosos y bienaventurados? ¿Son dichosos simplemente por pasarlo mal y sufrir? La propuesta de Jesús es realmente desconcertante

Echando una mirada a la segunda lectura, tomada de la Primera Carta del apóstol San Pablo a los Corintios. Dice Pablo: “lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta”.

Muchas veces hemos reflexionado este pasaje de las bienaventuranzas. Invito a que hoy escuchemos a San Agustín lo que recoge en uno de sus sermones comentando este texto de este domingo. Escojo sólo unas líneas de cada bienaventuranza.

“Son significados como pobres en el espíritu los humildes y aquellos que temen a Dios, es decir, los que no poseen un espíritu hinchado…

Felices los humildes, porque poseerán la tierra por herencia… Son humildes quienes ceden ante los atropellos de quienes son víctimas y no hacen resistencia a la ofensa, sino que vencen el mal con el bien… Felices los humildes, porque tendrán como heredad la tierra, aquella de la cual no han podido ser expulsados.

Felices los que lloran, porque ellos serán consolados. El luto es la tristeza por la pérdida de los seres queridos… Serán, pues, consolados por el Espíritu Santo, ya que especialmente por esto se le llama Paráclito, es decir Consolador, a fin de que, dejando las cosas temporales, se gocen en las eternas alegrías…

Felices los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán saciados. Se refiere aquí a los amadores del bien verdadero y eterno…

Felices los misericordiosos, porque de ellos se hará misericordia. Llama felices a los que socorren a los infelices, porque a ellos se les dará como contrapartida el ser librados de la infelicidad…

Felices los que tiene un corazón limpio, porque ellos verán a Dios…Un corazón limpio es un corazón sencillo. Y como esta luz del día solo puede ser vista con ojos limpios, así no se puede ver a Dios si no está limpia la facultad con la cual puede ser visto…

Felices los hacedores de paz, porque se llamarán los hijos de Dios… Son hijos de Dios los pacíficos, porque nada en ellos resiste a Dios; pues, en verdad, los hijos deben tener la semejanza del Padre. Son hacedores de paz en ellos mismos los que, ordenando y sometiendo toda la actividad del alma a la razón…Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad, es la vida dada al sabio en el culmen de su perfección…

Felices aquellos que sufren persecución por ser honestos, porque de ellos es el reino de los cielos…”

¿Seremos nosotros de los bienaventurados? Hagámonos unas preguntas: ¿Te consideras pobre como el publicano que avergonzado dice: Señor, soy un pobre pecador, ten piedad y misericordia de mi?

¿Lo que les ocurre a tantos millones de personas que sufren la injusticia te duele como si tú la sufrieras también?

En una sociedad donde por lo que vemos a nuestro alrededor hay tanto odio y desencuentro ¿hacemos como Jesús: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen?

¿Tu alimento también es hacer la voluntad de Dios?

¿Está limpio tu corazón y tienes una fraterna relación con los que te rodean y se cruzan en tu camino en la vida de cada día?

¿Eres hombre o mujer de paz y trabajas porque la paz, en estos tiempos de conflicto, sea como un perfume que llena tu casa?

Podríamos hacernos más preguntas. Si nuestra respuesta es SÍ, felicitaciones, eres dichoso y bienaventurada y eres de los que aceptan el Reino de Dios tal y como lo presenta Jesús.

INMEDIATAMENTE

Recluido Juan el Bautista en las mazmorras de Herodes, Jesús se da cuenta que ha llegado su hora de empezar a hacer lo que vino a hacer entre nosotros. Entramos de lleno ya en lo que conocemos como la vida pública de Jesús. El evangelio de este domingo tiene como tres partes que conviene mirarlas por separado porque cada una tiene su importancia.

La primera tiene que ver con la situación de Juan, que está preso y ya su voz silenciada por Herodes. Jesús ha esperado a que Juan finalizara su misión y su tiempo. Y ese momento marca el pistoletazo de salida para él.

Puede que alguno pienso que Jesús sale huyendo hacia Galilea para no correr los peligros que ha corrido Juan. No, no es huida. Jesús escoge, pienso que a propósito, el lugar de Galilea, la región más olvidada, porque quiere iniciar su misión en la periferia donde abundan los pobres y los desheredados. Y con ellos quiere dar un anticipo de lo que va a ser peregrinación misionera y que son ellos los destinatarios, los bienaventurados de su anuncio de una vida nueva y de un reinado de Dios en el mundo. Este es el escenario escogido para llevar a cabo su misión.

Un detalle que merece la pena destacar es que Jesús enlaza con el de Juan su mensaje evangelizador con el que inicia su misión, un llamado a la conversión. En cierta manera, aunque salvadas muchas diferencias, Jesús da continuidad a la misión de Juan.

La segunda parte de este evangelio es el llamado que hace a sus primeros cuatro discípulos: Simón y su hermano, Andrés, y Santiago y su hermano Juan, los hijos del trueno. Estos cuatro seguidores son una demostración de que Jesús iba consiguiendo algunos apoyos, aunque cualquiera de nosotros que tiene en mente un proyecto grande escogería a personajes de otro perfil, y de más garantías. Pero puede que tenga sentido que Jesús, sabiendo que los cuatro son pescadores experimentados piense que también resultan adecuados para conseguir seguidores para su causa.

Me sorprende, siempre me he preguntado, por qué razón Simón y Andrés, Santiago y Juan, <<inmediatamente>> dejándolo todo le siguieron. Ese seguimiento inmediato supuso para ellos un radical cambio estilo de vida. Se me ocurre pensar que probablemente los cuatro eran de esa gran cantidad de descontentos que había en Israel y que en Jesús atisbaron una alternativa de algo distinto y diferente por lo que merecía la pena optar dejándolo todo, hasta el padre, como se dice que fue el caso de los zebedeos. Para ellos la situación del pueblo era como vivir dominados por las tinieblas a la espera de una luz que brille e ilumine el futuro. Para ellos Jesús fue esa gran luz que amanecía en el pueblo sumido en las tinieblas. Estos cuatro personajes son una respuesta al llamado que hace Jesús de conversión a quienes quieren acoger el Reino de Dios. En varios momentos del evangelio veremos que Jesús dice que no puede haber medias tintas entre sus seguidores, que no se puede poner la mano en el arado y mirar atrás, ni esperar el entierro de un padre.

Y la tercera parte es la que cierra el pasaje mostrándonos en un pantallazo lo que era una jornada de Jesús al inicio de su misión: recorrer Galilea, lo que requería un gran esfuerzo pues no debía ser fácil soportar las altas temperaturas de esa región y en la que el invierno hacía cruda y severa la vida. Entre pobres e irrelevantes, y además poco abiertos a lo religioso, que tenían más de paganos que de judíos, empieza Jesús su misión.

Mirando la actitud de Simón y Andrés, de Santiago y Juan me pregunto si mi respuesta al llamado de Jesús es tan inmediata como la de ellos y si en verdad lo dejo todo por seguirle.

ADORAR LO QUE MERECE LA PENA DORARSE

Hoy cerramos el ciclo de la Navidad, al menos en este lado del mundo desde el que escribo. En otras ya lo hicieron ayer. La mayoría de la gente a este día lo llama día de los Reyes Magos, que ya sabemos que ni eran reyes ni eran magos, si a caso sabios como los que podría haber en aquellos tiempos.

Lo que se nos narra en el evangelio proclamado este día es que, los populares Melchor, Gaspar y Baltasar, siguiendo el camino que marcaba una estrella, que por momentos desaparecía y tenían que esperar hasta que volviera a brillar para seguir su camino llegaron hasta donde estaban el Niño y sus padres en la cueva. Y allí, como signo de adoración y reconocimiento ofrecieron sus presentes de oro, incienso y mirra.

Pero hoy no son estos sabios los actores principales de esta película, si acaso lo son de reparto. El actor principal es el Niño, el Dios encarnado, que en estos actores secundarios se manifiesta como la luz que ilumina el mundo a todos los pueblos de mundo, representados en estos extranjeros.

A partir de este momento ya no necesitaban otra estrella que no fuera la luz radiante del que acaban de adorar. Esa luz les muestra ahora el camino para regresar a su vida, no por la ruta que trajeron, que pasaba por Herodes, <<sino por otro camino>>.

Varias lecciones nos deja hoy este evangelio. Una de ellas es que nosotros deberíamos tratar de parecernos a Melchor, Gaspar y Baltasar, si es que se llamaban así. Si hemos dejado a Jesús nacer en nuestro corazón debemos adorarlo ofreciéndole nuestro oro, nuestro incienso y nuestra mirra. Dejaremos presentes  a los pies de los pobres y necesitados. A todos los niños que hoy han recibido sus regalos del día de Reyes les invito a que se propongan también hacer un regalo al Jesús pobre que patea las calles de nuestras ciudades o de cualquiera de nuestros pueblos, campos, aldeas, veredas dándoles la alegría de un obsequio que les hará felices, al menos por unas horas.

El evangelio de hoy y lo que celebramos nos enseña también que la adoración es parte esencial de nuestra fe cristiana porque adorar es reconocer la grandeza Dios y, frente a su grandeza, aceptar nuestra pequeñez. Adorar al Niños Jesús es ponerlo en el centro de nuestra vida, de nuestro corazón. Estamos aún en los inicios del nuevo año 2023 y fuera bueno que, a lo largo de estos doce meses que tenemos por delante, como los magos, nos dejemos guiar por la estrella nueva que es Jesús, el niño nacido y alojado en nuestro corazón. Siguiendo su estrella nuestro camino llegará a la meta.

Si Jesús aún está con nosotros, alojado en nuestro corazón, es cuestión de prestarle atención y de no dejarle salir en busca de mejores lugares de acogida.

Y otra lección que nos deja la fiesta de hoy es que, adorando al Niño Jesús aprendemos a rechazar todo aquello que no merece ser adorado. Me refiero a ese dios que llamamos consumo, el dios poder, el dios placer, el dios éxito. En definitiva, el dios yo. La lista de dioses y diosecillos sería interminable. De lo que se trata es de adorar lo que merece la pena que adoremos.

En su homilía de este día de la Epifanía el Papa Francisco nos ha dicho:”adoremos a Dios y no a nuestro yo; adoremos a Dios y no a los falsos ídolos que nos seducen con la fascinación del prestigio y del poder, con la fascinación de las falsas noticias, adoremos a Dios, para no inclinarnos ante las cosas que pasan ni ante las lógicas seductoras y vacías del mal”

Adoremos la que realmente es adorable. Feliz día de Reyes.

¿comenzar el año con una fiesta mariana?

Tal vez más de uno se preguntará por qué razón la Iglesia inicia la andadura de cada nuevo año celebrando la fiesta de San María Madre de Dios, una fiesta que se viene celebrando desde el siglo IV.

Podrían ser varias las razones de ello, pero me centro en dos. La primera es que, si el proyecto de Dios era humanizarse del todo, es decir, hacerse igual a nosotros en todo, absolutamente en todo, necesitaba venir a este mundo del vientre de una madre. Dios tiene madre. Como la tenemos, o hemos tenido, todos nosotros.

Otra razón es que tiene mucho sentido comenzar el nuevo año bajo la protección maternal de María, que es la Madre de Dios y también nuestra Madre. Es, como dice la teología, la madre del Cristo total, la madre de todos los creyentes. Y es bueno que desde el 1º de enero volvamos nuestra mirada hacia la doncella de Nazaret que, como madre nos va a acompañar a lo largo de los doce meses que empiezan a correr en el calendario. No le costará mucho trabajo cuidar de nuestra fe y alimentar en estos tiempos tenebrosos nuestra esperanza; después de todo su amor de madre le da esa sensibilidad.

María, dice el evangelio de hoy, al escuchar lo que los pastores contaban que les habían dicho los ángeles del Niño recién nacido: guardaba todas esas cosas, que seguía sin entender bien, en su corazón.

En estos doce meses que tenemos por delante nos vendrá bien asumir la misma actitud de María de guardar las cosas en el corazón. Hacerlo puede ayudarnos a no precipitarnos, a no cometer tantos errores, a tomar las cosas con calma, que largo es el camino que tenemos por delante.

Guardar las cosas en el corazón es permanecer permanentemente a la escucha del Espíritu Santo. Y la mejor manera de dejarnos llevar del Espíritu es como dice el apóstol Pablo en la carta a los Tesalonicenses: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1Ts 5,21). Porque será el Espíritu el que nos ayudará a discernir correctamente la realidad diaria y será Él quien nos iluminará para desechar lo que no es bueno, ni nos hace bien, a nosotros y a los que viven con nosotros, y escoger lo que sí es bueno, nos hace mucho bien y además ayuda a mejorar el mundo que, tal y como está ahora, tiene a Dios creador muy triste.

También este primer día del año se celebra la Jornada Mundial de Oración por la Paz. Todos, o al menos la mayoría, a excepción de los amigos de la guerra, estaremos de acuerdo en que lo que el mundo necesita con mayor urgencia es paz. Y esta urgencia por la paz no sólo se impone por la perversidad de la guerra que se libra en Ucrania, de la que todos somos testigos digitales, una guerra pura y dura, no una “operación militar especial”, como la llama el gobierno de Rusia que la ha iniciado y que está siendo mundial porque a todos nos afecta y hasta cada rincón de la tierra llegan sus efectos colaterales.

Decenas de millones de personas mueren en otros conflictos que están silenciados, olvidados, y no tienen cámaras que den a conocer al mundo tanta barbarie. Hay guerras en el mapa del mundo que están activas desde hace décadas. La mayor parte de estos conflictos-guerras se localizan en el continente africano. El predominio informativo de lo que pasa en Ucrania ha sacado estas otras guerras del mapa mediático de la información.

Brilla la paz por su ausencia no solo en Ucrania, también en Etiopía, conflicto que se estima ha matado entre 380 y 600 mil personas. En el olvido está también Yemen, que lleva ocho años de conflicto y que, de sus 30 millones de habitantes, 24 necesitan urgentemente ayuda humanitaria para sobrevivir. Está la guerra en Siria, que en marzo el 2023 cumplirá doce años; imposible contar los muertos y los desplazados ; más de 15 millones de sirios necesitan también ayuda humanitaria

La lista se hace interminable: Turquía contra los kurdos, conflicto en el Congo, cinco millones de muertos, Mauritania, Malí, Burkina Faso, Níger, Myanmar, Libia, Nigeria.

Quienes vivimos en las zonas de confort del mapa mundial, y más si somos creyentes, por intercesión de María, Madre de Dios y de todos los que son creyentes en este día debemos agradecer la paz que disfrutamos, preservarla y consolidarla y debemos orar para que la paz que todos desean, merecen y necesitan, se haga realidad.

Feliz y venturoso 2023, libre de guerras.

MANTENER VIVA LA ESPERANZA

Entramos ya en la parte final de este tiempo de adviento en el que nos preparamos a recibir al que viene a salvarnos. Prendemos este domingo la cuarta vela de la corona a la que daremos el nombre de esperanza. Semana, tras semana, estas velas nos han iluminado el camino para salir al encuentro del que viene a nuestro corazón a tocar nuestra puerta para ver si le dejamos entrar y le damos posada.

La primera vela nos advertía de la necesidad de estar vigilantes, tener los ojos bien abiertos para ver con nitidez el camino que nos lleva a la conversión, (segunda vela) ese cambio de vida que endereza nuestros caminos y allana la ruta al que viene a nosotros. Vigilancia y conversión nos llevaron hasta la alegría (tercera vela) porque es mejor, mucho mejor, vivir una vida corregida, que una vida resignada. La cercanía del que está por llegar es la causa de nuestra alegría.

Las tres confluyen en la cuarta que hoy encendemos, y que llamamos esperanza, tan necesaria y urgente siempre, pero, me atrevo a decir, que especialmente urgente y necesaria en este momento de incertidumbre y dolor que vive el mundo.

Y nadie como María y José para enseñarnos qué es y en qué consiste la esperanza que necesitamos. El sí de María y la disponibilidad de José nos dicen que el proyecto de Dios para el mundo y para el hombre se llevará a cabo y es para nosotros motivos de una esperanza grande.

A mi el sí de María siempre me ha dado a entender que Dios tomó una buena decisión al escoger a María para que le ayudara con su plan de encarnarse entre nosotros. Y la aceptación de José de ese loco plan de Dios me dice que también dios acertó al poner en él su mirada.

Ninguno de los dos lo tuvieron fácil. Ni María, ni José, que, como vemos en el evangelio de hoy que quiso hacerse a un lado en la vida de su prometida. Menos mal que también Dios envió a un ángel a decirle que no se preocupara que el embarazo de su novia era cosa del Espíritu Santo, no de otro hombre. Y, menos mal que José también dijo sí al ángel y desistió de repudiar en secreto a María y hacerse cargo de ella y de quien llevaba en su vientre. Me encanta esta imagen de José.

Qué difícil debe ser creer, aceptar y mantener viva la esperanza cuando no entiendes nada de lo que pasa. María la mantuvo. Lo que no entendía lo guardaba silenciosamente en su corazón porque confiaba en el que le pidió el favor de ser una madre especial. Por eso salió airosa de tantos sufrimientos al ver, años después, su hijo cuestionado, criticado y crucificado.

Cuando todo aconteció pudo darse cuenta de que Dios no se equivocó al escogerla a ella y a José. Y tampoco se equivocaron ambos al aceptar el plan de Dios. Los hechos se lo demostraron.

Mirémonos en estos dos personajes del adviento, en María y José. No nos quedemos en la sola admiración y hasta veneración de su grandeza. Tratemos de imitarles en nuestra vida. Imitarles diciendo también nosotros sí a lo que Dios nos pide porque esa es la mejor manera de saber que acertamos. Y, como María y José, en el empeño de ser discípulos seguidores de Jesús, asumir como lo hicieron ellos, los costos que su sí supusieron. 

En todo caso, mantengamos viva la esperanza. Tenemos una semana por delante para tener la cosa lista y acoger en nuestro corazón al que viene a nosotros para ser Enmanuel, Dios con nosotros

Conversión

La primera vela de la corona de adviento la llamaba VIGILANCIA. El nombre que le pongo a la segunda, siguiendo la guía que nos marca la Palabra de este domingo, es CONVERSIÓN.

En este tiempo son los profetas, principalmente, Isaías, los que nos señalan el camino que tenemos que recorrer para salir al encuentro del que viene a nosotros que hacer de nuestro corazón su belén. 

Isaías nos anuncia un nuevo tiempo representado en la figura de tronco de Jesé de cuya raíz brotará un vástago que es el que cambiará el mundo porque llega a nosotros siendo portador del Espíritu del Señor, que es espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor.

En este tiempo nuevo no se podrá juzgar por apariencia ni sentenciar a la ligera, sino con justicia y rectitud, a los pobres. Y lo que parece imposible desde la lógica humana, se hará realidad. El lobo habitará con el cordero y la pantera con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos y un niño inocente jugará con una serpiente sin ser lastimado.

Qué difícil resulta albergar en estos tiempos semejante esperanza cuando todos los días nos tomamos el primer café de la mañana con noticias que nos certifican que no, que las cosas no son, y no parece que vayan a serlo en un futuro cercano, así. Hoy no hay razones para ser optimistas, al menos a corto y hasta mediano plazo. La brutalidad de la guerra en Ucrania que está haciendo pasar a los ucranianos un invierno que es lo más parecido a un infierno, y todos sus efectos colaterales que hacen de este conflicto una auténtica guerra mundial porque, aunque hasta nuestros patios no llegan los misiles, el encarecimiento de la vida, la inflación, el cambio climático y demás dolores que a todos nos atormentan, no da razones que sean creíbles para albergar la esperanza a la que llama el profeta.

Pero sí, aunque todo parezca adverso, tener esperanza es nuestra tabla de salvación. Lo que está ocurriendo en Ucrania no es más que la punta del iceberg por donde despunto la deshumanización de nuestro mundo que debe ser corregida con urgencia. De no hacerlo la destrucción de nuestro planeta y de nuestra generación no necesitará ni siquiera de la guerra nuclear con la que hoy se amenaza.

Es a lo que nos llama el profeta Juan, en el evangelio. Nos dice que para preparar el camino y allanarle el sendero al que viene a nosotros tenemos abrir en nuestras vidas un proceso de conversión, de cambio de nuestras conductas y forma de vivir para que, como respondemos en el salmo, <<florezca la justicia y la paz abunde eternamente>>.

Al prender la segunda vela de nuestra corona de adviento, que llamo conversión, debemos preguntarnos qué cosas de nuestra vida tenemos que cambiar. Como hicieron los que escucharon al Bautista, debemos también nosotros reconocer nuestros pecados para recibir la gracia del perdón y deberíamos iniciar este propósito de conversión reduciendo las distancias que nos separan de Dios acercándonos a él desde la oración y la plegaria.

Hoy mucha gente piensa que convertirse es cambiar de religión y hacerse evangélico, también estos necesitan conversión. No, convertirse es volver a la cercanía de Dios, enderezar lo que en nuestra vida está torcido y mantener alta la guardia para no dejarnos sorprender por las cosas que este mundo, repito, hoy tan deshumanizado, nos ofrece y que quedan fuera del camino que nos marcó el que viene a nosotros y nació en Belén, y que volverá a nacer si lo acogemos y le dejamos entrar.