
Esta pandemia, que ya lleva un año entre nosotros nos está llevando por la <<calle de la amargura>>. Una calle hecha viacrucis con más de una estación y que ya está afectando la salud mental de muchas personas, incluso de muchos que hasta el día de hoy aún estamos libres del contagio.
Leo hoy, sábado 23 de enero, en la edición del periódico La Vanguardia que “suben los ingresos por salud mental que tiene la covid como estresor”. Es decir que este virus se ha mentido tan dentro de todos que nos que está quitando la tranquilidad y el sosiego que necesitamos para vivir una vida medianamente humana y digna.
En un acertado artículo la periodista de este medio catalán que responde al nombre de Cristina Sen, describe la ruta de esta <<vía dolorosa>> que está siendo el covid, al que todos daban por ser historia a estas alturas del calendario del 2021.
Califica el momento actual de “crisis nacional de salud mental que puede acarrear graves consecuencias en el ámbito social y sanitario en los próximos años”. Y esto, según señala la periodista, lo rubrica la Asociación Americana de Psicología (APA) en su nuevo informe Estrés en América. Una reflexión extensible a todo el mundo y que dibuja el impacto psicológico en la sociedad tras once meses de pandemia. “La población está pasando de la fatiga, al desánimo y al enfado”. Esta parece ser la ruta por la que nos está llevando la Covi 19.
Del cansancio inicial, por los confinamientos en nuestras casas, y lo territoriales que nos han impedido mantener la cercanía con nuestros seres queridos, que nos ha generado una enorme fatiga, hemos caído en el desánimo y desaliento. Para tratar de evitar que cundiera el pánico hemos hablado mucho de responder al momento con resiliencia, es decir, desarrollando una gran capacidad para adaptarnos al momento respondiendo, no con resignación, sino de manera proactiva, es decir, tratando de buscarle la vuelta a esta vida tan traicionera que no está tocando vivir.
Este empeño nos ha hecho creativos, pero no ha servido de mucho para que la realidad revierta. Y, tal vez por eso, a donde la fatiga y el desánimo nos han llevado al enfado, a la rebeldía, que, como algunos advierten, parece empezar a despuntar de manera preocupante mirando hacia los meses venideros. “Se fragua, así, dice Sent, un malestar social por una acumulación de síntomas a lo largo de este tiempo. El miedo y la ansiedad hace tiempo que están presentes, pero lo que ahora se observa, es el aumento del enfado que en algunos casos puede derivar en enfrentamientos”.
Y apostilla diciendo: “si se echa la vista atrás, los primeros meses la pandemia se veía como una amenaza enmarcada en un horizonte de temporalidad, pero el fin no ha llegado ni se atisba cercano”. Como decía al inicio de estas líneas, para estas fechas del calendario todos dábamos por seguro que ya habríamos vencido el virus, que ya la recuperación económica se estaría produciendo y nuestro PIB recuperándose. Nada más lejos de la realidad; nuestro producto bruto, no sé si el interno y el externo, parece volverse más bruto cada día.
Trato de mantener altos los ánimos de la gente en mi comunidad parroquial, un colectivo en el que prevalecen las personas mayores y ancianas, pero so sé si lo estoy consiguiendo. Mi lema, que ojalá fuera como una vacuna, tiene el nombre de este blog: <<lo mejor está por llegar>>. En algunos de los momentos de meditación y oración con los que trato de vacunarme reflexiono aquellas palabras del apóstol San Pablo a los creyentes de la comunidad de Corinto en las que les advierte que el tesoro de la vida lo llevamos en vasijas de barro, frágiles, vulnerables cuya resistencia viene de Dios y no de nosotros.
“Por todas partes nos aprietan, pero no nos ahogan; estamos apurados, pero no desesperados, somos perseguidos, pero no desamparados, derribados, pero no aniquilados” (2Cor 4,19)
Sí, la covid nos aprieta, nos mete miedo, nos persigue sin clemencia y hasta nos derriba, pero no nos aniquila, aunque a algunos, a muchos, a demasiados, se está llevando por delante pareciendo que hace de la muerte una orgía.