Dios no sabe hacer otra cosa que amar

Con el cuarto domingo de cuaresma entramos ya en la recta final de nuestra andadura hacia la pascua. La Palabra hoy nos va a decir que Dios es todo amor, de principio a fin. En realidad, pareciera que no sabe hacer otra cosa. Siempre me pregunto qué tendremos nosotros que valiendo tan poco nos quiere tanto. Y, como no encuentro respuesta, suelo resignarme diciendo que será cosa de Él, que es así, rico y abundante en misericordia como nos dice Pablo en la segunda lectura.

A veces pensamos que, como <<Dios es amor>>, amar no le cuesta mucho. Pues no. Le cuesta, le tiene que costar. El segundo libro de las Crónicas que se proclama este domingo pone sobre el tapete las múltiples infidelidades e ingratitudes del pueblo que Dios hizo suyo y al que le envió profetas y mensajeros para que enderezara su conducta. Pero, nada de nada. No hicieron caso, “se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas”.

Y la ira de Dios subió de tono con sobrados motivos y el pueblo quedó en manos de los caldeos que destruyeron todo lo habido y por haber.  Los que se salvaron de esa pandemia caldea y quedaron vivos fueron llevados cautivos a Babilonia y convertidos en esclavos.

Pero Dios, que, reitero, no sabe hacer otra cosa que amar, sintió profundo dolor por su gente y llenó de sentimiento de misericordia el corazón de Ciro, rey de Persia, para que devolviera al pueblo su libertad y le permitiera el retorno a su tierra. Hasta se comprometió a edificarle una casa para que fuera también la casa del pueblo.

Me gustaría ver la cara que pondría Nicodemo al escuchar a Jesús decir que Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que nadie perezca, sino que todos tengan vida plena. ¿Qué clase de Dios entrega a su propio Hijo y lo deja morir en la cruz? 

Jesús es el gran regalo de Dios a nosotros, incluso un gran regalo para quienes ni siquiera creen en él, de la misma manera que la liberación y el retorno a su tierra fue el regalo que Dios hizo a ese pueblo sin que lo mereciera. Viendo a su gente en esclavitud y sin libertad, la salida de Babilonia y el retorno a Jerusalén era la única alternativa que tenía Dios en su mano porque <<no sabe hacer otra cosa que amar>>.

Dios envió a su Hijo para enderezar los tortuosos caminos de sus hijos, no como juez que viene a condenar sino a dar vida, vida eterna, de la que no se acaba porque <<no sabe hacer otra cosa que amar>>.

¡Qué suerte la nuestra de tener un Dios que todo lo hace por amor, y nada por otra razón! Por amor se aguanta la rabia y la ira contra su pueblo y contra nosotros, que no sé si en lealtad ganamos a la gente de aquel Israel. Por amor a nosotros cuando estábamos muertos por el pecado nos devolvió la vida con la resurrección de Jesús. Y, como <<no sabe hacer otra cosa que amar>>, nos ama tal y como somos, cargados de defectos, capaces de genialidades y de barbaridades.

Y porque <<no sabe hacer otra cosa que amar>> Dios quiere que todos tengamos vida, y vida en plenitud, pero en nuestra mano está acoger esa vida o rechazarla. Preferir las tinieblas del mundo a la luz de Jesús es escoger el camino equivocado que nos aleja de la luz. Dios quiere lo mejor para nosotros porque es un Padre bueno, pero deja la decisión en nuestras manos. 

Es cuestión de escoger la tiniebla o la luz. Nos jugamos la vida en la toma de esta decisión.

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